Sarmiento, Chubut. En el fondo, la sierra del San Bernardo que resguarda este valle fértil. |
Desde la
ferretería de mi viejo hasta el hotel de mi abuela los separaba una sola
cuadra. Un mediodía, mientras en ese trayecto sorteábamos las baldosas rotas de
la vereda, un primo me preguntó: “¿Cuánto es cinco más tres?” Habré respondido
doce, pues era un número que sonoramente me reconfortaba; aunque soy sincero,
es un recuerdo demasiado vago el que tengo ahora.
Es en un valle
al que siempre es más lindo si se mira hacia el oeste, desde donde nos llega el
viento. Ahí queda este pueblo. Casi siempre fuimos un conjunto de casas
desparramadas, distanciados por baldíos de yuyos y alacranes, y tres o cuatro
calles cementadas. Cuando aprendías a andar en bicicleta sólo te prohibían una
cosa: no cruzar la avenida San Martín. Por alguna razón, la fotografía de
paisaje –es decir, del paisaje sin más—tiene poco prestigio. Pero qué hay
cuando eso tiene tanto que ver con uno. (...)